Abril 12 de 2014
Escribir es como
una ternura,
estar al borde del
precipicio,
empezar por uno
mismo,
asumir el reto de
los sentidos,
navegar en las
contrariedades,
en los temores,
en los sonidos,
en los chasquidos.
Escribir es alzar
al hombre con sus contenidos,
realizar lo
percibido,
flotar en lo
desinhibido.
Basta un libro y se
remueve todo.
Dejemos los
temores,
los rencores,
y que la epidermis
recorra cuerpos,
confluya en formas,
en dinámicas de no
asentimientos,
vértigos de
sentimientos.
Configurar al
hombre de atrás hacia adelante,
lento y raudo,
silencioso y
locuaz,
procaz.
Devenir como si
fuéramos polvo,
frágiles ermitaños
de nada,
concupiscentes luciferinos,
trágicos no
divinos.
Memorias tengo de
un campo abierto
Almas de eternidad.
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